ALEJANDRO GONZÁLEZ COCAÑA A lo largo de mi vida he presenciado muchos partidos de fútbol. Casi nunca en grandes estadios. No más que el Carlos Tartiere. En numerosas ocasiones a pie de campo tras una valla. Pero hay una constante. Siempre que es momento de pisar un nuevo recinto en día de partido, ya sea el Anxo Carro o San Mamés, la emoción que siento en el justo instante de cruzar los tornos y ver el verde es la misma. Como un niño ilusionado, de la mano de su padre, en su primer encuentro en vivo. Ojos abiertos, nervios a flor de piel. Casi felicidad. No suelen importar los equipos en liza ni la magnitud del escenario, simplemente me apasiona el fútbol y el ambiente durante un partido. Aquel miércoles fue diferente. Entraba en el Celtic Park, Glasgow, Escocia, partido de Liga de Campeones. Sesenta mil espectadores. Celebración del 125.º aniversario del equipo verdiblanco. El Fútbol Club Barcelona como contrincante, uno de los mejores equipos de todos los tiempos. La melodía de la Champions League en directo. El «You'll never walk alone», posiblemente el mayor himno futbolístico de la historia, cantado por toda una hinchada de locos escoceses sin más ayuda que sus gargantas. Aroma a fútbol. Puro fútbol. Pero, una vez pasados los tornos, una vez subidas las escaleras que conducen a la grada del Celtic Park, en la cabeza sólo estaba presente un pensamiento: dónde colocar la pancarta. Cosas de las pasiones de cada uno.
Al igual que uno de los iniciadores de este gran movimiento global que ha sacudido al Real Oviedo durante las últimas semanas, Sid Lowe, soy otro de esos beneficiados de las becas «Erasmus». Pero, al contrario que el inglés, este año abandoné mi Asturias querida. Rumbo, Suecia. País donde el hockey sobre hielo tiene casi más tirón que el fútbol, a pesar de la magia de los goles de Zlatan Ibrahimovic. Cuatro, a cada cual mejor, hace poco a los hijos de la Gran Bretaña.
Con tanto stick alrededor, difícil dejarse conquistar por otra hinchada, lo contrario que le sucedió al bueno de Sid. Para ganar terreno procede cambiar de táctica. Desde mi llegada, la cocina común está presidida por un póster del Real Oviedo, la bandera asturiana (haciéndose la sueca) reina en las fiestas nocturnas y mis compañeros de piso ya saben qué es eso de escanciar sidra. Por supuesto, también han notado, no sin cierto sobresalto, que durante los fines de semana los oviedistas cantamos con efusividad los goles de nuestro equipo. A miles de kilómetros de distancia, los partidos del Oviedo también pueden verse por internet. Sin embargo, todavía no he conseguido que entiendan el porqué de este sentimiento que ahora sorprende a todo el mundo.
Los comienzos de esta llamada internacional de #SOSRealOviedo parecían una buena excusa para continuar la conquista azul de los vecinos suecos. Sin embargo, el inicio de la campaña viral me pilló en Glasgow. Viaje relámpago, vuelo barato mediante, para visitar a otros dos amigos asturianos disfrutando del «Erasmus». Glasgow, ciudad donde otro equipo azul, el Rangers, ha entrado en quiebra y donde su afición ni mucho menos ha optado por darle la espalda. Glasgow, ciudad donde iba a tener lugar el Celtic-Barça, fútbol de primer nivel. Qué mejor altavoz para dar a conocer aún más nuestra locura. Una pancarta con tres palabras, «Save Real Oviedo», sería el pequeño grano de arena en esta increíble y única causa: la difusión global de un sentimiento.
Con la ayuda de generosos colegas asturianos -no comparten pasión pero la entienden- y con no más de cuatro libras, nos hicimos con el material necesario para la creación de la pancarta. Cuatro manteles blancos de plástico y cinta aislante para escribir las letras. Negra para el «Save Real», azul para el «Oviedo». Pequeña tarde de trabajo. Todo listo. Rumbo al estadio con el rudimentario «banner» escondido en una bolsa de plástico.
Los nervios de siempre, la ilusión, el volver a ser niño. Pero esta vez no generados únicamente por el increíble ambiente de un partido de Champions League en el Reino Unido. Colocar la pancarta donde alguien pudiera captarla era la preocupación, la ilusión, el objetivo. Gracias a un par de aficionados del Barça, que también fueron debidamente informados de la cruzada oviedista, conseguimos un hueco en las vallas del Celtic Park.
Una rudimentaria pancarta de apoyo al Real Oviedo estaba colocada a la espera de que alguien escuchara la llamada. Una foto y una captura televisiva del mensaje llegó a las redes sociales y fue repicada por muchos sitios. Un ladrillo en un gran muro de tweets, de artículos en la prensa de todo el mundo, de colas en el Carlos Tartiere. Un muro que todos los oviedistas hemos construido con mucho corazón desde la buena fe.
A la vuelta a Suecia prosigue la evangelización a la religión oviedista, ahora más sencilla. Ni siquiera fue necesario sacar el tema. «He visto una pancarta de tu equipo en Celtic Park», en inglés y con acento nórdico, fue lo primero que me contaron a mi llegada. Sólo tuve que abrir la maleta y enseñarles el mural, como quien muestra una reliquia, que había exhibido en Glasgow. Ahora sí, con sorpresa y los ojos bien abiertos, parecen haber entendido esta bendita locura. De hecho, como tú y como yo, desde Göteborg, suroeste de Suecia, también son nuevos accionistas. Cosa de las pasiones de cada uno. Cosa de nuestra pasión común: el Real Oviedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario