miércoles, 20 de abril de 2011

El Teide


Cuando se habla de las Islas Canarias, se dice que son las islas afortunadas…

Afortunadas… ¿por qué? Afortunadas porque tener un tesoro es más que tener oro, esmeraldas, dinero o poder, tener un tesoro es tener aquello que te hace sonreír, aquello de lo que disfrutas, aquello que te permite ser tú mismo, sentirte libre… ser feliz.

Una de las siete maravillas que conforma la belleza atlántica del archipiélago, es Tenerife, y en ella, el Teide se alza, majestuoso y silencioso, olvidando un pasado que continúa siendo presente: es un volcán.

Aquel pueblo bereber que habitaba la isla antes de la conquista castellana, los guanches, lo llamaba Echeyde, infierno, en el que habitaba Guayota: el demonio del mal.

Contemplando la asombrosa belleza de la montaña y su entorno, es fácil comprender porqué da nombre al Parque Nacional que la acoje, y es difícil entender cómo se podía llamar infierno a una maravilla que parece haber sido sacada del paraíso.

Allí, envuelto en un relieve con reminiscencias volcánicas, descansa, dormido, un gigante que hace mucho decidió relajarse junto a un océano respetuoso que comparte su salinidad y frescura con el señor de la isla.

Pensar en Tenerife es reconocer las nieves que pueblan las cumbres de la montaña blanca, llamada así por los Benehaoritas (los pobladores aborígenes de LaPalma).

The Mountain from Terje Sorgjerd on Vimeo.

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