miércoles, 7 de septiembre de 2011
Teotihuacán, la Ciudad de los Dioses
La ciudad de Teotihuacan, a cuarenta y cinco kilómetros de Ciudad de México, es una de las maravillas arqueológicas del mundo, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987.
Sus principales monumentos —la Pirámide del Sol y la Pirámide de la Luna, unidas por la Calzada de los Muertos, el Palacio de los Jaguares o el templo de Quetzalcóalt— son referentes de la cultura universal.
Teotihuacan significa en lengua náhuatl "el lugar de los dioses" o "el lugar donde se hacen dioses" y está considerada como la mayor ciudad prehispánica jamás construida en el continente americano, no en vano fue un importante centro cultural, político y religioso.
En esta gran metrópoli antigua se desarrolló, durante más de 800 años, una de las sociedades más importantes del México precortesiano.
Como gran metrópoli, Teotihuacan marcó la pauta de la política, el comercio y la ideología en buena parte de Mesoamérica durante el periodo 150 a.C. - 650 d.C. y tal fue la magnificencia e importancia de esta urbe que, incluso siglos después de su colapso, era considerada como un lugar sagrado por distintos grupos que migraron hacia el centro de México.
Hoy en día, Teotihuacan sigue constituyendo un elemento fundamental de la identidad mexicana, que busca sus raíces en el complejo entramado de creencias y costumbres de sus culturas antiguas.
El fin de la Ciudad de los Dioses sigue siendo un misterio, la evidencia arqueológica —gruesas capas de ceniza halladas en los yacimientos— parece indicar que, hacia mediados del siglo VII, toda el área metropolitana fue arrasada por un enorme incendio.
También existen indicios de revueltas: las esculturas fueron mutiladas y sus fragmentos dispersados por distintas áreas de la ciudad, y las imágenes de jerarcas y sacerdotes fueron destruidas para terminar con la presencia de la élite y sus representantes. Incluso llegaron a construirse muros frente a las escalinatas de las pirámides para indicar la prohibición de acceso para ceremonias y culto a las deidades.
Se han aventurado varias explicaciones para el colapso de Teotihuacan: revueltas internas contra el poder establecido, situaciones derivadas del excesivo aumento de
población, bloqueo de las rutas comerciales e invasiones de pueblos vecinos... a todo ello hay que añadir el fatalismo del pensamiento indígena prehispánico: si la génesis del universo es obra de los dioses, también ellos determinan el final de su creación. El disco de la muerte, mutilado en la acción destructiva contra la ciudad, evoca de forma concluyente el terrible final de una grandiosa civilización.
Desde épocas muy tempranas (fase Tzacualli o Teotihuacan I, 1-150 d. C.), Teotihuacan empezó a convertirse en una gran metrópoli. El eje principal era la denominada Calzada de los Muertos, que atravesaba la ciudad en dirección norte-sur y comunicaba la Pirámide de la Luna con la Ciudadela y el Gran Conjunto, un espacio abierto identificado como el mercado de la ciudad.
Los edificios más conocidos de Teotihuacan son las pirámides de la Luna y del Sol, con su estructura de enormes muros pétreos inclinados: los taludes. Y sobre cada talud, una plataforma o tablero. Desde Teotihuacan, el sistema de construcción talud-tablero se extendió hasta el sur de Mesoamérica.
En la fase Miccaotli o Teotihuacan II (150-250 d. C.), la ciudad alcanzó su máxima extensión (22,5 km2). El núcleo central acogía las áreas de actividad económica y política, una zona que compartían el mercado y la Ciudadela y donde destacaba, por sus dimensiones colosales, el Templo de la Serpiente Emplumada.
La pintura mural fue una de las principales artes de Teotihuacan. La cantidad de murales encontrados en las excavaciones, completos o fragmentados, permite pensar que la ciudad estaba totalmente cubierta de estucos pintados.
¿Cómo se gobernaba Teotihuacan? Existe un debate abierto en torno a ese tema. Unos postulan un sistema social y político basado en las decisiones de varios gobernantes, y otros sugieren un gobierno unipersonal. En cualquier caso, parece ser que los mandatarios se mantenían en el anonimato.
Sacerdotes, comerciantes, embajadores y militares aparecen representados en la pintura mural y en la cerámica, pero dichas representaciones destacan sus tareas y oficios, y no prestan atención al individuo en sí.
En el mundo teotihuacano, guerra y comercio estaban estrechamente relacionados. Caravanas de mercaderes, embajadores y guerreros recorrían cientos de kilómetros para comprar y vender materiales de uso cotidiano: cerámica, telas y piedra de obsidiana. Los materiales lujosos, como plumas de quetzal, mica y jadeíta, eran utilizados para sellar alianzas estratégicas.
La sociedad estaba dividida en cuatro estamentos: la clase dominante, con grandes privilegios, controlaba la religión, la educación y la justicia; los guerreros estaban especializados en el empleo de las armas y en el arte de la estrategia; los comerciantes y artesanos eran esenciales en la actividad económica de la ciudad; y el pueblo llano se dedicaba a la agricultura o a las pesadas labores de construcción.
La jerarquía religiosa ejerció un papel fundamental en la Ciudad de los Dioses.
En todas las construcciones existían espacios destinados al culto, desde patios
domésticos hasta grandes plazas, que podían albergar a miles de personas.
El panteón de deidades era muy similar al de otras culturas del área
mesoamericana. De hecho, gran parte de las deidades adoradas en Teotihuacan siguieron siendo veneradas muchos siglos después de la decadencia de la ciudad en distintas regiones del México antiguo.
En este ámbito se ilustran ritos, divinidades y cultos funerarios. Las dos deidades principales eran Quetzalcóatl —la serpiente emplumada— y Tláloc — dios de la lluvia y la fertilidad—, representados con sus característicos atributos en vasijas, cerámicas, esculturas y pinturas murales. Otras deidades, como Huehuetéotl, el dios del fuego, o Xipe Totec, «nuestro señor descarnado», solían estar presentes en el interior de las casas mediante esculturas de piedra y barro.
El papel de los sacerdotes era tan importante que durante muchos años los investigadores creyeron que constituían el estrato más elevado de la sociedad.
Hoy en día se considera que los sacerdotes estaban al servicio de una clase política mucho más compleja.
Las excavaciones realizadas a principios del siglo XX permitieron identificar por vez primera las habitaciones de un palacio, al sur de la Pirámide de la Serpiente Emplumada.
Los palacios de Teotihuacan eran construcciones multifamiliares con habitaciones agrupadas en torno a patios de distintos tamaños. Cada palacio estaba rodeado por un muro perimetral que servía como protección y control de acceso. En su interior vivían la familia propietaria y sus asistentes: guardias, artesanos y mercaderes. Las habitaciones estaban distribuidas en función del nivel social y la cercanía al cabeza de familia.
Las habitaciones con techo estaban decoradas con pinturas murales que aludían a las actividades que se desarrollaban en ellas. Los patios permitían la entrada de la luz solar y también servían para recoger el agua de lluvia, que, a través de un sistema de conductos y canales, se acumulaba en cisternas. En los tejados se colocaban almenas y remates arquitectónicos con decoraciones geométricas o de animales para dar identidad al conjunto.
Teotihuacan se convirtió en un centro artístico de primera importancia. En la Ciudad de los Dioses se realizaban decenas de actividades especializadas, en función de un elaborado simbolismo. El Estado teotihuacano establecía el canon artístico para cada una de las artes: talla en piedra, hueso y concha, cerámica y pintura mural.
Las esculturas de figuras humanas seguían un único patrón estilístico que se reflejaba en la manufactura y en las proporciones de cuerpo y rostro. Los diseños de la pintura mural fueron variando ligeramente en cuanto a colores, tonos y líneas de expresión. Pero siempre se observan las mismas constantes y un uso similar de los materiales, como por ejemplo la mezcla de mica en la pasta del estuco.
La llegada de inmigrantes de distintos lugares de Mesoamérica, atraídos por el esplendor de Teotihuacan, supuso la introducción de nuevas técnicas y estilos.
En el Barrio Oaxaqueño es fácil encontrar elementos característicos del arte de los valles centrales de Oaxaca, como las urnas funerarias y la cerámica gris.
El Estado teotihuacano constituyó la organización política compleja más temprana del México antiguo, dominó el altiplano central y estableció redes comerciales, diplomáticas, políticas y militares con muchas otras regiones de Mesoamérica. Los estudios arqueológicos permiten conocer la importancia de dichas relaciones.
Toda el área del altiplano central, con la excepción de Cholula, siguió los patrones arquitectónicos y rituales de Teotihuacan. En la costa atlántica, en el área de Matacapan, los ejércitos teotihuacanos establecieron una colonia militar. En cambio, con la costa del Pacífico y el Estado de Guerrero únicamente se produjeron intercambios comerciales.
Durante el periodo de mayor esplendor de la cultura teotihuacana (350-550 d. C.)
se establecieron relaciones diplomáticas con Monte Albán, en la actual Oaxaca.
Los inmigrantes del sur llegaron a formar un barrio en la Ciudad de los Dioses.
En Kaminaljuyú, Tikal y otras ciudades mayas, grupos armados procedentes de Teotihuacan influyeron en la vida política hasta el punto de imponer nuevas dinastías. La influencia fue también cultural, y puede apreciarse en estelas, cámaras funerarias y pinturas murales de la ciudad de Petén, cerca de la frontera con Guatemala.
Hoy en día amén de ser una gran receptora de de visitantes y turistas interesados en descubrir su apasionante historia y de contemplar sus magníficos vestigios arqueológicos, continúa siendo lugar de peregrinación con los equinoccios de primavera y otoño, que cada 21 de marzo y de junio reúne a miles de fieles dispuestos a obsorber la energía solar. Realmente impresionante resulta la imagen de miles de personas vestidas de un blanco radiante con sus manos extendidas en dirección al Sol cuando este alcanza su punto álgido del día a las 12:00 en punto.
Se trata sin duda alguna de una visita inexcusable si visitamos México D.F., ciudad que ya os recomandamos tiempo atrás en este mismo blog, pero eso sí, una sugerencia, si queréis visitarla durante los citados solsticios, madrugad, puesto que si se os pegan las sábanas el acceso al recinto sagrado de la antigua cultura mesoamericana puede convertirse en una odisea debido a la gran afluencia de gentes que se dan cita sobremanera en esos días.
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