sábado, 24 de septiembre de 2011

San Petersburgo, arte a orillas del río Neva


Alimentada por arterias fluviales y con una imponente fachada marítima, San Petersburgo es, a pesar de su historia, una ciudad joven. Pedro I la fundó hace poco más de 300 años, pero desde entonces Pete, como la llaman sus habitantes, no ha perdido el tiempo. Escenario histórico del final del imperio zarista y germen de la revolución de Lenin, rebautizada como Leningrado, San Petersburgo no es sólo la segunda ciudad rusa en importancia tras Moscú. Por las mismas calles que los turistas recorren hoy, paseó y sufrió Ana Karenina, en ella vivieron músicos como Prokófiev, Shostakóvich o Chaikovski, Diáguilev fundó allí sus ballets rusos, y en ella nacieron Putin, Medvédev y la soprano Anna Netrebko.

A pesar de tener cuatro líneas de metro, San Petersburgo es una ciudad para caminar. La Nevski Prospekt (la Avenida o Perspectiva Nevski) es su avenida central, y una de las arterias urbanas con más historia en el mundo. Hasta un pequeño relato de Nikolái Gogol lleva su nombre, con la «perspectiva Nevski» como personaje protagonista. Con cinco kilómetros de largo, la avenida Nevski mantuvo durante la etapa zarista y tras la revolución su estatus de lugar libre, alejado del poder. Hoy es un rosario de cafés, restaurantes, tiendas y librerías.

Integrado en la avenida, sobre el río Fontanka, se levanta uno de los puentes más conocidos de la ciudad, el Ánichkov, decorado en sus esquinas con cuatro estatuas de bronce que representan domadores de caballos. En una bocacalle cercana al teatro Alejandrinski puede encontrarse una de las sedes de la cadena de comida rápida tradicional más famosa de la ciudad, Cháinaya Lozhka, reconocible por sus grandes carteles de color naranja y especializada en servir unos deliciosos Blinis, crepes rellenos, el plato preferido por los peterburgueses.

Visitar San Petersburgo, sobre todo si se hace en los meses estivales, implica reservar un día para desplazarse en ferry 30 kilómetros al oeste de la ciudad hasta el palacio de Peterhof, construido por Pedro el Grande «a la medida del más grande de los monarcas». Terminado en 1721 y de estilo francés, la gran cascada que se abre al Báltico bajo la fachada principal está compuesta por 64 fuentes y 142 juegos de agua que descienden hasta al mar guiados por 37 esculturas de bronce dorado. Abstenerse detractores del barroco.

De vuelta a la ciudad, la segunda cita obligada tiene que ver con la cultura y el arte, como casi todo en San Petersburgo. Cercano al Museo Pushkin y a la Catedral de la Sangre Derramada se levanta el imponente Palacio de Invierno, sede principal del Museo del Hermitage. Su pinacoteca está considerada, junto a la del Prado, como la mejor del mundo, y ambos museos colaboran de forma habitual. Si a principios de este año fueron los maestros del Prado los que ocuparon algunas de las salas del museo ruso, a partir del próximo noviembre ocurrirá al revés.

Además de recorrer los canales y de aprender algo de ruso -el inglés no está demasiado extendido-, una visita a San Petersburgo no estará completa sin dedicar unas horas a callejear por el resto del casco histórico, declarado en su conjunto Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y sin visitar las islas de Vasílievski y Petrográdskaya. Tampoco sin acudir a una función de ópera o ballet en uno de sus veinticinco teatros. El Mijáilovski, y sobre todo el Mariinsky, antiguo Kirov, son de visita obligada. Una buena oportunidad es hacerlo durante el festival que coincide con las noches blancas, que desde finales de mayo hasta principios de julio sustituyen la oscuridad nocturna por una brillante luz naranja.

Perspectivas de San Petersburgo from fernando baena on Vimeo.

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